jueves, 8 de mayo de 2008

LOS JINETES DE LA PEDERASTIA



http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-corte-constitucional-prohibio-los-muros-de-infamia-0#comment-84976
Corte Constitucional prohibió los 'muros de la infamia'

"Maldito aquel que dañare a mis niños"
Nos han atado las manos.

5 comentarios:

Nidia F Morales dijo...

Intermedio Editores/Círculo de Lectores.
De venta en todas las librerias de Colombia, Ecuador y Venezuela.
Proximamente en AMAZON.com

Nidia F Morales dijo...

Fragmento de 'Jinetes de la pederastia', de José Antonio Tavera Castillo
Una de las novedades de la Feria del Libro.
Este libro, de Intermedio Editores, recoge el testimonio de una de las víctimas de los abusos sexuales de algunos sacerdotes en el país.
-Hola, "mono" (así me decía por mi pelo rubio), ¿por qué no ha ido a la "dirección espiritual"? -me preguntó el padre Redondo en varias ocasiones. Alguna vez que no estudié, que no hice una tarea por descarriado, me enviaron a "dirección espiritual" y el padre Redondo insistió en las mismas preguntas: "¿Tienes vellos, te tocas, te mojas?" Una y otra vez le respondí lo mismo: "No señor, no señor".
Pocos días antes de una Semana Santa me desperté sobresaltado al sentir que de mi miembro palpitante y erecto salía algo y pensé que eran orines pero era un líquido espeso y pegajoso, que no conocía, ¡y qué terror tuve! El amanecer fue largo, la angustia no me dejó dormir, y como en la mañana el baño era apenas superficial, rostro, dientes y peinado, no me pude limpiar. Me sentí incómodo, sucio, y corrí rápido a la iglesia donde el padre Redondo, quien apenas iniciaba la misa; lo esperé una eternidad cerca del confesionario. Sentía que era necesario confesar eso. Creía que todos mis compañeros me miraban raro. Qué día más terrible.
Cuando le conté al padre Redondo lo sucedido supe que mi cuerpo había pecado, y me dijo: "Eso que te ocurrió es malo, es pecado; uno no debe tocar su cuerpo", que por eso hacíamos ejercicio fuerte para combatir las fuerzas del mal, y de penitencia me mandó a pegarme cinco latigazos. Yo le decía que no me había tocado, ni hecho nada para provocar eso, que no era como él afirmaba, pero no me escuchaba, era como si le hablara a una pared donde rebotaban todas mis palabras. Su voz sólo repetía "pecado, pecado, pecado". Ese día experimenté un pavor como nunca antes y solamente pensaba que Dios era un ser inquisidor que a través del sacerdote que lo representaba me iba a condenar al infierno, de donde nunca iba a regresar.
Pasé el día preocupado, cabizbajo, extraviado en mis remordimientos; mi semblante no debía ser el mejor porque Marín me preguntaba a cada rato "¿qué le pasa?, ¿por qué está así?, confíe en mí", pero me daba vergüenza lo que él, que era todo perfección, llegara a pensar. Seguramente Marín no había cometido ese pecado, más grande que el mismo mundo; ¿cómo decirle al amigo que yo era un asqueroso pecador? Fui incapaz de contarle mi desventura.
Cuando llegó la hora del baño lavé a escondidas el pijama en el lavamanos. Cuando estuve solo traté de pegarme con el cinturón en la espalda o en las nalgas, pero fue una operación imposible y desistí; solamente atiné a recordar las palizas de mi madre.
En la noche fui a la celda del padre Redondo a pedirle una explicación, a que me diera una luz de lo que me estaba sucediendo y de paso a comentarle de lo infructuoso de mi flagelación. Serían como las nueve de la noche y reinaba un gran silencio. Era la primera vez que yo salía del dormitorio a esa hora pero era frecuente ver a muchachos en pijama dirigirse a "dirección espiritual". La celda estaba cerrada y esperé un buen rato. La incertidumbre era muy grande y no me quería ir a dormir. Al fin el padre Redondo asomó la cabeza y me hizo seguir.
-Monito, ¿qué le pasa? Yo estaba en pijama, levantadora y pantuflas.
-Padre, es que no pude cumplir con la penitencia.
-Eso está muy mal; no soy yo quien impone las penitencias. Es Dios que por mi intermedio habla, con el fin de erradicar el pecado.
Yo seguí paralizado de miedo al escuchar sus palabras, en las cuales nuevamente Dios, el "gran inquisidor", aparecía condenándome.
-Bien, monito, lo ayudaré a que cumpla con la penitencia impuesta por Dios. ¡Arrodíllese!
Así lo hice. Sacó una fusta. El pecado estaba cometido y me arrodillé imitando con candidez a algún santo visto en una de las revistas a las que teníamos acceso. Esperé con angustia el golpe del látigo. Los correazos de mi madre me habían curtido y ahora me disponía a recibir mi castigo por el "grandísimo pecado" que había cometido.
-Súbase la bata y bájese los pantalones. Le debe doler para que no vuelva a herir la santidad de Cristo.
Hice lo que me dijo y luego sentí con fuerza los cinco azotes ordenados por Dios; quise ponerme en pie, pero el dolor me lo impidió. Yo era un mar de lágrimas.
El padre se arrodilló al lado mío y comenzó a acariciarme; estaba desesperado, ansioso; sentí tantas cosas esa noche que no soy capaz de describir y recordar. Él estaba sin pantalones y con la sotana alzada parecía un diablo. Cuando me di cuenta su miembro ya escarbaba mis nalgas, yo bocabajo en el suelo y él encima. No pude emitir un grito de dolor porque lo ahogó con su mano derecha, embadurnada de una crema rosada.
Ese grito permanece atascado en mi garganta y nunca lograré sacarlo, nunca. Son lanzas dolorosas que duelen todavía en las heridas de mi corazón.
Él me decía "¡silencio!" mientras su mano lastimaba mi cara y ahogaba más el dolor. "Que nadie oiga. ¡Silencio!" Cuando terminó su satisfacción animal jadeó como un caballo herido. Yo me debatía entre el dolor y la dificultad de respirar; al fin me destapó la boca, yo lloraba y mi cuerpo temblaba, y me decía "termine, termine ya"; el que debía terminar era él, porque yo no tenía idea de lo que me pedía. Al fin, los arcángeles del cielo y el infierno se apiadaron de mí, y me soltó, mi cuerpo estaba como desfalleciente y no conseguía respirar bien. ¿Cuánto tiempo estuvo su mano criminal en
mi boca?, no lo sé, pero sentí que al menos había pasado un siglo; seguramente pretendía que sintiera placer para menguar el dolor, eso imagino. En tono tierno el padre
Redondo me dijo: "Mono, guarda silencio, no comentes esto con nadie, es un secreto entre los dos". Qué ironía, ahora que me tenía más confianza me otorgaba el honor de su tuteo.
Yo sólo pensaba en el dolor de mi nalga; sin exagerar me dolía mi humanidad entera. Sangraba y se me iba la vida. Todo me daba vueltas. Quisiera retar cara a cara a los irresponsables padres que abandonan a sus hijos...
A lo largo de mi vida muchos psiquiatras que han escuchado mi historia me dieron un solo veredicto: "Ese psicópata es digno de cadena perpetua pero tú debes ponerte en pie". Pero una cosa es decir "ponte en pie" y otra muy diferente hacerlo. Según mi psiquiatra, "el pederasta es una persona totalmente desequilibrada, incapaz de mantener conversaciones con adultos y menos con el sexo contrario, ya que siempre tiene temor a que se le reconozca a flor de piel su homosexualidad. Es profundamente espiritual y habla con sus víctimas del amor de Dios, de principios éticos, y usa no sólo su fuerza física, sino que lleva al límite el convencimiento de su mayor capacidad intelectual. Siente miedo del homosexual mayor, ya que tiene un complejo de culpabilidad permanente, que no le deja vivir por los remordimientos de saber a conciencia el mal que hace al niño. Es espiritual y predica el amor y el respeto humano como lo más natural. Los sacerdotes se desequilibran desde niños por la obligación que tienen de vivir entre hombres la infancia, la pubertad y la edad adulta".
Fui al baño y de mi nalga todavía chorreaba crema rosada como una infección nauseabunda; vomité y sangré en cantidades. Así expulsé el dolor y la maldad. Un
martirio inenarrable. ¿Cómo explicar una herida de esa magnitud en el cuerpo de un niño que aún no entendía nada de lo que vivía? Usé por varios días tres calzoncillos
y papel higiénico para no embarrar el pantalón.
Amaneció y el sol tenía la melancolía negra de la noche anterior. Muy temprano me preguntó Marín:
-¿Qué le pasa?
-Nada, se me aflojó el estómago y de lo suelto que ando me arde mucho -le respondí.
Desde ese momento Marín me cuidaba más; no me dejaba solo, estaba pendiente de mí y preguntando siempre "¿a dónde va, qué le dijeron, qué le pasa?"
Más tarde entendí que si le hubiera contado lo que pasó esa maldita noche a lo mejor mi vida hubiera tomado un camino diferente. Pero el miedo, la confusión, eran muy fuertes, me abrumaban como una avalancha de nieve, de mierda, y las palabras del padre Redondo oscurecían aún más cualquier reacción: "Es un secreto entre los dos, calla, es el destino que nos ha señalado el Señor", y yo, inocente pecador, suponía que un sacerdote estaba exento de pecado porque tenía línea directa con Dios. Luego supe que Marín había padecido lo mismo que yo. Nuestra ignorancia nos convirtió en cobardes y permitió que estos bárbaros siguieran ultrajando a más inocentes.
Al otro día de la violación fui al confesionario porque no tenía muy claro lo sucedido; únicamente sentía dolor y apenas podía caminar.
-Padre, deme la absolución.
-No puedo, monito, el jueves te llevo a que te confieses.
Yo quería expresarle lo que sentía en mi cuerpo y alma, una cuchillada de dolor que subía de la tierra al cielo; me sentía sucio y lo que más me impresionaba era que cada vez que iba al baño sangraba copiosamente.
No me permitió hablar más, me repitió que lo sucedido era "un acto de amor y que había ocurrido por mi falta de padre"; esas palabras todavía me taladran el alma.
-¿Entonces puedo acercarme a comulgar? -le pregunté.
-No, por ahora no. Luego hablaremos, te doy la bendición para que nadie se dé cuenta o sospeche que no te confesaste y el jueves salimos juntos y ahí hablamos.
El cuerpo aún me dolía mucho y me desgarraba el alma cada paso que daba; me sentía cargando el peso de la cruz. Marín no era ningún cretino y sabía por lo que yo había pasado, pero no fue capaz de decirme nada, únicamente volvía a preguntar "¿qué tiene?"
Llegó el jueves y a eso de las ocho de la mañana salimos con el padre Redondo en su auto. Primero fuimos a la Universidad Nacional y allí entró a alguna oficina en un edificio de ladrillo. Salió con dinero en efectivo, y lo sé porque lo contó delante de mí. Luego fuimos a una casa cerca de una iglesia del barrio de la Soledad y tuve que esperarlo sentado en la sala un par de horas; entraban algunos hombres y cerraban la puerta, y cuando la dejaban abierta los oía conversar sobre carreras de atletismo y se marchaban rápido.
En ese momento nunca pasó por mi mente que tal vez podrían existir más niños o jóvenes a los que él amara por la falta de padre.
A la una de la tarde me llevó a almorzar a la vuelta de la funeraria Gaviria de la carrera 13 como con 44, a un restaurante barato porque la comida no era muy buena, y sólo pude con la sopa y una gaseosa (en el Tadeus no nos daban). Bajamos una cuadra a un
taller de mecánica para arreglar un amortiguador de su vehículo. Mientras el mecánico hacía el arreglo nos sentamos en un parque y se puso a explicarme lo que había sucedido.
-Mono -me dijo-, lo que pasó entre nosotros no es malo. El Padre Orrego lo sabe, lo entiende y en sí no es pecado, es únicamente una expresión más del amor.
Te veo tan solitario que me siento obligado a amarte especialmente, pero, como te he dicho, nuestra relación debe ser un secreto entre los dos; los muchachos son muy envidiosos y se sentirían mal sabiendo que yo te tengo un amor tan especial, pero lo que hago como sacerdote y representante de Dios no es nada malo.
De todas maneras vamos a ir donde un sacerdote para que te confieses y puedas comulgar, pues yo no puedo darte un perdón por respeto a nuestro amor.
-No entiendo. Si es bueno y es por amor, ¿por qué debo confesarme? -le pregunté.
-Es mejor así, monito lindo. -Me abrazó y me aconsejó-: cuando el padre te pregunte tus pecados, simplemente le dices "pequé contra la moral", eso lo encierra todo y quedas en paz con Dios y puedes comulgar. Pero no debes decir nada de lo sucedido, pues es viejito y no lo entendería.
-Padre, ¿y ustedes también se confiesan? -le pregunté.
-No, monito, porque nosotros no pecamos. Somos sacerdotes y nuestros actos son buenos y enmarcados en el amor y el servicio a nuestros semejantes y al Creador.
Unos años después dormí una sola vez con mi padre y no pegué los ojos esperando asustado que me tocara en cualquier momento. Fue horrible.
-Padre, ¿y eso hacen los papás?
-Sí, mono.
-¿Y las mamás?
-No, mono, las mamás no lo hacen y si alguna vez ella te habla acerca de esto, tú debes guardar el secreto, pues me dolería mucho que dejes de amarme: tú eres, y serás siempre, el niño que más amaré en mi vida.
Fuimos a una iglesia pequeña que existe en la Soledad, a la vuelta del colegio Marista y sobre la carrera que sale a un parque que da a la calle 34 o 36.
Él entró primero y se demoró un buen rato, salió y me dijo: "Ya, mono, entra que el padre te espera". Era un padre de avanzada edad, algo canoso y con unas grandes entradas que le hacían brillar la cabeza. Me dio un poco de miedo al ver que era ciego.
-Arrodíllate -me dijo. Así lo hice.
-¿Qué edad tienes?
-¿Por qué, padre?
-El amigo tuyo que salió me dijo que ya eras un hombre.
-No, padre, tengo trece años.
-¿Cuáles son tus pecados?
-Pequé contra la moral.
-Tú no debes andar con hombres mayores; cuídate porque eres muy niño y puedes terminar mal. No te acerques más a ese amigo.
En ese momento no capté bien la situación, pero ahora todo está claro. El canalla se había confesado, pero sin decir que era cura y menos aún que me había violado.
Pasé muchos días con un dolor más grande que mi estatura y disimulaba al caminar las huellas de un pecado caído del mismísimo cielo; absorto en mí mismo, me preguntaba ¿qué estoy buscando? No lo sabía, por supuesto, y no encontraba respuestas razonables. ¿Qué dejó dentro de mí el padre Redondo? Tantos interrogantes sin esclarecer me estaban enloqueciendo.
Según el Dante el infierno tiene varios círculos, y yo apenas comenzaba a recorrer otro más de ellos. A las dos semanas de la violación el padre Redondo me llamó a "dirección espiritual". Yo estaba muy confundido y nervioso. Nublado. Apenas cerró la puerta el
padre empezó a manosear a su presa indefensa, así me sentía yo, me bajó el pijama y me besó apasionado. No me dolió y me proporcionó un placer enorme, me puse duro y sentí cosas que no conocía; una fuerza que yo llamaría adictiva me empujó por lo menos tres veces a la semana a recibir la "dirección espiritual". Nadie me obligaba a verlo y yo iba por mis propios pies a un ritual que de la fascinación pasó al delirio.
Ahora él me impulsaba a penetrarlo, se retorcía y créanlo, cabalgaba encima de mí. Un jinete atroz cabalgando sobre la inocencia de un niño; sí, yo sólo tenía trece años, corría el año 1966, y seguía siendo virgen de alma.
La sonrisa que el padre Redondo mantenía en el rostro -nunca lo vi rabioso o malhumorado- siempre estaba acompañada por un misticismo ejemplar. Me habló muchas cosas lindas de Dios, de su misericordia y su sagrada inteligencia, de su bondad invisible y real, de su trinidad, de Jesús, su hijo en la tierra, el heredero de su pensamiento, y se empalagaba recordando sermones de la Biblia, de su bautismo, de su origen humilde. Redondo llevaba la ficha de cada uno de sus dirigidos en una especie de archivo donde anotaba en jeroglíficos todo lo que hablaba con sus súbditos.
Era un cura meticuloso y perverso. Practicaba el sexo con una vocación casi sagrada y a mí me fue llevando a la parte activa de la relación. Íbamos a la ducha y le encantaba refregarme el cuerpo, enjabonarme, "para lavar mis culpas", y me lamía todo el cuerpo. Fue placentero y eso, sin duda, despertó mi odio porque en ese momento de mi vida pensé que amaba a los hombres y que iba contra natura.
En mi ingenuidad muchas veces le pedí las ansiadas zapatillas deportivas que me había prometido Roa para que yo entrara al "harén" del padre Redondo.
-Monito, ahora no puedo regalarte las zapatillas -me decía siempre.
Llegaron las vacaciones de Semana Santa y por mis notas no fui "premiado" con el viaje a 'Juncales', una casa de campo que tenía el Tadeus en Barichara, Santander; me mandarían a mi casa pero el padre Redondo me suplicó que me quedara con él y lo
acompañara a su trabajo en la Universidad Nacional, donde adiestraba a un grupo de jóvenes atletas, y en fin, a su vida rutinaria.
El seminario estaba vacío; algunos alumnos habían partido a sus hogares y otros a Juncales. En el Tadeus solamente se hallaban los empleados de servicios generales
y la notoria ausencia de Dios. El padre Redondo se dedicó de lleno a mí, que estaba perdido de este mundo, habitando en el limbo roto de mi inocencia.
Una noche fuimos a casa de un alumno en Usaquén; me quedé cuidando el carro y a las nueve de la noche me trajo comida y me dormí. Cuando regresamos al seminario lo estaba esperando un joven desnudo en su lecho inmaculado y el padre me ordenó dormir en el suelo mirando a la pared, que no lo viera, que le diera la espalda al amor de Dios.
Yo obedecí, y todos los murmullos y jadeos me hicieron sentir mal; mi pequeño mundo comenzó a dar vueltas muy rápidas, me faltaba el aire, y vomité. El otro muchacho me ayudó a limpiar el piso y Redondo le demostró un amor especial. ¡Sentí celos! Sí, era horrible pero me había enamorado de la monstruosa figura paterna de un violador de niños. Me bañó cariñosamente y luego me dormí.
Cuando desperté estaba solo en la habitación, un don nadie acurrucado en el rincón del tedio y la soledad. Nada más. Mamá, papá y Dios circulaban lejos de allí. Al rato apareció el padre Redondo, triunfante, después de dar misa, de perdonar a los otros y perdonarse él, y comenzó a tocarme con la lengua y hacerme cosas inimaginables. Se sentó sobre mí y se contorsionó como un extraño ángel del demonio; me dijo que esperara unos segundos, entró al baño, salió frotándose los pezones y me dijo "yo soy tu hembra, hazme un hijo"; aún no consigo entender lo que quiso decir con eso. A lo mejor que se había convertido en mi mujer y de hecho cuando terminó, entre asquerosos gemidos, me dijo: "Me preñaste".

Nidia F Morales dijo...

La Conferencia Espiscopa de los Estados Unidos, en un acto de "contricción" (e imaginamos de terrible susto, dadas las altisimas cifras que han tenido que pagar en este país, por los delitos de lesa humanidad en que han incurrido sus miembros (?!)publicó las siguientes cifras; (Lástima que los "distinguidos Presidentes, en nuestro caso, el Sr. Uribe que comulga tanto, mientras paga con dineros ajenos, cifras depravadas por los cuerpos mutilados de otros colombianos; guarda silencio y con ello se convierte en cómplice)
ENTRE EL 1970 Y 2002/ 14.692 SACERDOTES HAN SIDO ACUSADOS DE ACCESO CARNAL CON VIOLENCIA EN 10.667 MENORES DE EDAD, PUESTOS A SU "CUIDADO". o sea el 14% del total de 109.694 sacerdotes.
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6.700, presentaron pruebas contundentes.
3.300, no fueron investigados. (imaginamos que no ofrecen "peligro" por no tener "buenos parientes", sus víctimas, como en el caso del Señor José Tavera, o sus víctimarios (no la responsable directa que es la institución o sea la I. C. A. y R. habían muerto.
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El Estudio del Colegio John Jay, para la Justicia Criminal, que se realizó en el 97 % de las 195 diósecis que respondieron a sus cuestionarios, agrego: "poco más de la mitad de los abusos cometidos fueron cometidos (yo diría perpetrados) contra niños de 11 a 14 años, 81% de las víctimas eran varones y 19% eran mujeres.
......
El 49% de los abusos (yo diría delitos) ocurrió en la residencia del cura; el 16.3% en la PROPIA IGLESIA; y el 42.8% en otros sitios.
Entre el 2002, y el 2008, se ha preguntado usted qué está pasando con sus hijos?
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El resto en el libro: LOS JINETES DE LA PEDERASTIA.

Nidia F Morales dijo...

REPORTAJE
¿Dios creó al hombre o el hombre creó a Dios?
Científicos de Oxford investigan la estructura cerebral que aloja la creencia religiosa - Y Einstein aviva el debate desde la tumba
Mónica Salomé
Diario El País20/5/2008
Si usted cree en Dios o en general, en alguna forma de ente místico sepa que la inmensa mayoría de la humanidad está en su mismo bando. Si por el contrario no es creyente es usteden términos estadísticos un raro.
Si la demostración de la existencia de Dios se basara en el número de fieles la cosa estaría clara. No es así aunque en lo que respecta a este artículo eso es en realidad lo de menos. Creyentes y no creyentes están divididos por la misma pregunta: ¿Cómo pueden ellos no creer/creer (táchese lo que no corresponda)? Este texto pretende resumir las respuestas que la ciencia da a ambas preguntas.

·"Las supersticiones más infantiles"
· De mitos y cosmogonías

Los físicos están pletóricos este año porque gracias al acelerador de partículas LHCque pronto empezará a funcionar cerca de Ginebra podrán por fin buscar una partícula fundamental que explica el origen de la masa y a la que llaman la partícula de Dios. Los matemáticos por su parte tienen desde hace más de dos siglos una fórmula que relaciona cinco números esenciales en las matemáticas -entre ellos el famoso pi-y a la que algunos no todos se refieren como la fórmula de Dios.
Pero apodos aparte lo cierto es que la ciencia no se ocupa de Dios. O no de demostrar su existencia o inexistencia. Las opiniones de Einstein -expresadas en una carta recientemente subastada- valen en este terreno tanto como las de cualquiera. Sí que se pregunta la ciencia en cambio por qué existe la religión.
No es ni mucho menos un tema de investigación nuevo pero ahora hay más herramientas y datos para abordarlo y desde perspectivas más variadas. A sociólogosantropólogos o filósofosque tradicionalmente han estudiado el fenómeno de la religión o la religiosidad se unen ahora biólogos, paleoantropólogos, psicólogos y neurocientíficos. Incluso hay quienes usan un nuevo término: neuroteologíao neurociencia de la espiritualidad. Prueba del auge del área es que un grupo de la Universidad de Oxford acaba de recibir 25 millones de euros de una fundación privada para investigar durante tres años "cómo las estructuras de la mente humana determinan la expresión religiosa"explica uno de los directores del proyecto el psicólogo evolucionista Justin Barrettdel Centro para la Antropología y la Mente de la Universidad de Oxford.
Meter mano científicamente a la pregunta 'por qué somos religiosos los humanos' no es fácil.
Una muestra: experimentos recientes identifican estructuras cerebrales relacionadas con la experiencia religiosa. ¿Significa eso que la evolución ha favorecido un cerebro pro-religión porque es un valor positivo? ¿O es más bien el subproducto de un cerebro inteligente? Sacar conclusiones es difícil e imposible en lo que se refiere a si Dios es o no 'real'. Que la religión tenga sus circuitos neurales significa que Dios es un mero producto del cerebro dicen unos. No: es que Dios ha preparado mi cerebro para poder comunicarse conmigo responden otros. Por tanto"no vamos a buscar pruebas de la existencia o inexistencia de Dios"dice Barrett.
¿Desde cuándo es el hombre religioso? Eudald Carbonellde la Universidad Rovira i Virgili y co-director de la excavación de Ata puerca, recuerda que "las creencias no fosilizan"pero sí pueden hacerlo los ritos de los enterramientos, por ejemplo.
Así se cree que hace unos 200.000 años Homo heidelberg ensisante pasado de los neandertales y que ya mostraba "atisbos de un cierto concepto tribal"ya habría tratado a sus muertos de forma distinta. De lo que no hay duda es de que desde la aparición de Homo sapiens el fenómeno religioso es un continuo. "La religión forma parte de la cultura de los seres humanos. Es un universal está en todas las culturas conocidas"afirma Eloy Gómez Pellón, antropólogo de la Universidad de Cantabria y profesor del Instituto de Ciencia de las Religiones de la Universidad Complutense de Madrid.
¿Por qué esto es así? Para Carbonell hay un hecho claro: "La religión lo mismo que la cultura y la biología es producto de la selección natural". Lo que significa que la religión -o la capacidad para desarrollarla-lo mismo que el hablapor ejemplosería un carácter que da una ventaja a la especie humana y por eso ha sido favorecido por la evolución. ¿Qué ventaja? "Eso ya es filosofía pura"responde Carbonell. Está dicho las creencias no fosilizan.
Así que hagamos filosofía. O expongamos hipótesis: "Un aspecto importante aquí es la sociabilidad"dice Carbonell. "Cuando un homínido aumenta su sociabilidad interacciona de forma distinta con el medio y empieza a preguntarse por qué es diferente de otros animales qué pasa después de la muerte... Y no tiene respuestas empíricas. La religión vendría a tapar ese hueco".
Esa visión cuadra con la antropológica. La religión según Gómez Pellón da los valores que contribuyen a estructurar una comunidad en torno a principios comunes. Por cierto¿y si fueran esos valores y no la religión en sí lo que ha sido seleccionado? Curiosamente señala Gómez Pellón"los valores básicos coinciden en todas las religiones: solidaridad, templanza, humildad...".
Tal vez no sea mensurable el valor biológico de la humildad pero sí hay muchos modelos que estudian el altruismo y sus posibles ventajas evolutivas en diversas especies, incluida la humana.
También coinciden Carbonell y Gómez Pellón al señalar el papel "calmante" de la religión. "La religión ayuda a controlar la ansiedad de no saber"dice el antropólogo. "Cuanto más se sabemás se sabe que no se sabe. Y eso genera ansiedad. Ademásel ser humano vive poco. ¿Qué pasa después? Esa pregunta está en todas las culturasy la religión ayuda a convivir con ella nos da seguridad". Lo constatan quienes tratan a diario con personas próximas a situaciones extremas. "Es verdad que en la aceptación del proceso de morir las creencias pueden ayudar" señala Xavier Gómez-Batiste, cirujano oncólogo y Jefe del Servicio de Cuidados Paliativos del Hospital Universitario de Bellvitge.
Por si fueran pocas ventajas, otros estudios sugieren que las personas religiosas se deprimen menos, tienen más autoestima e incluso "viven más"dice Barrett. "El compromiso religioso favorece el bienestar psicológico, emocional y físico.
Hay evidencias de que la religión ayuda a confiar en los demás y a mantener comunidades más duraderas". La religión parece útil. Eso explica que el ser humano "sea naturalmente receptivo ante las creencias y actividades religiosas"prosigue.
Naturalmente receptivos. ¿Significa eso que estamos orgánicamente predispuestos a ser religiosos? ¿Lo está nuestro cerebro? En los últimos años varios grupos han recurrido a técnicas de imagen para estudiar el cerebro en vivo en "actitud religiosa"por así decir. "Son experimentos difíciles de diseñar porque la experiencia religiosa es muy variada"advierte Javier Cudeiro jefe del grupo de Neurociencia y Control Motor de la Universidad de Coruña. Los resultados no suelen considerarse concluyentes. Pero sí se acepta que hay áreas implicadas en la experiencia religiosa.
En uno de los trabajos se pedía a voluntarios -un grupo de creyentes y otro de no creyentes- que recitaran textos mientras se les sometía a un escáner cerebral. Al recitar un determinado salmo en los cerebros de creyentes y no creyentes se activaban estructuras distintas. No es sorprendente. "Se da por hecho"explica Cudeiro lo mismo que hay áreas implicadas en el cálculo o en el habla.
La pregunta es si esas estructuras fueron seleccionadas a lo largo de la evolución expresamente para la religión.
Cudeiro no lo cree. "La experiencia religiosa se relaciona con cambios en la estructura del cerebroy neuroquímicosque llevan a la aparición de la autoconcienciael lenguaje... cambios que permiten procesos cognitivos complejosno son para una función específica". O sea que la religión bien podría sercomo dice Carbonell un efecto secundario de la inteligencia.
Otros estudios de neuroteología han estudiado el cerebro de monjas mientras evocaban la sensación de unión con Diosy de monjes meditando. Uno de los autores de estos trabajos Mario Beauregard de la Universidad de Montreal aspira incluso a poder generar en no creyentes la misma sensación mística de los creyentes a la que se atribuyen tantos efectos beneficiosos: "Si supiéramos cómo alterar [con fármacos o estimulación eléctrica] estas funciones del cerebro podríamos ayudar a la gente a alcanzar los estados espirituales usando un dispositivo que estimule el cerebro "ha declarado Beauregard a la revista Scientific American.
Lo expuesto en este texto sugiere que la cuestión no es tanto por qué existe la religión sino por qué existe el ateísmo.
Con todas las ventajas de la religión ¿por qué hay gente atea? "El ateísmo actual es un fenómeno nuevo y queremos investigarlosí"dice Barrett por teléfono. ¿Tiene que ver con el avance de la ciencia capaz de dar al menos algunas de esas tan buscadas respuestas? Varios estudios indican que en efecto los científicos son menos religiosos que la media. Pero hay excepciones, los matemáticos y los físicos en especial los que se dedican al estudio del origen del universo -¡precisamente!-tienden a ser más religiosos. No hay consenso sobre si un mayor grado de educación o de cociente intelectual hace ser menos religioso. "El ser religioso o no seguramente depende de muchos factores que aún no conocemos"dice Barrett.

"Las supersticiones más infantiles"
Las opiniones de Albert Einstein sobre el hecho religioso han sido objeto de polémica entre los expertos. Una carta inédita que remitió al filósofo Eric Gutkind en 1954 muestra ahora al genio más escéptico. Los siguientes son extractos de la misiva publicada por The Guardian.(...) "La palabra Dios para mí no es más que la expresión y el producto de las debilidades humanasy la Biblia una colección de leyendas dignas pero primitivas que son bastante infantiles. Ninguna interpretación, por sutil que sea, puede cambiar eso (para mí). Tales interpretaciones sutiles son muy variadas en naturalezay no tienen prácticamente nada que ver con el texto original. Para mí la religión judía como todas las demás religiones es una encarnación de las supersticiones más infantiles. Y el pueblo judío al que me alegro de pertenecer y con cuya mentalidad tengo una profunda afinidad, no tiene ninguna cualidad diferente para mía las de los demás pueblos. Según mi experienciano son mejores que otros grupos humanos si bien están protegidos de los peores cánceres porque no poseen ningún poder. Aparte de eso, no puedo ver que tengan nada de escogidos.
Me duele que usted reivindique una posición de privilegio y trate de defenderla con dos muros de orgullo, uno externo como hombre y otro interno como judío. Como hombre reivindica por así decir, estar exento de una causalidad que por lo demás acepta y como judío el privilegio del monoteísmo.
Pero una causalidad limitada deja de ser causalidadcomo nuestro maravilloso Spinoza reconoció de manera incisiva, seguramente antes que nadie. Y las interpretaciones animistas de las religiones de la naturaleza no están en principio anuladas por la monopolización. Con semejantes muros sólo podemos alcanzar a engañarnos (...) a nosotros mismos pero nuestros esfuerzos morales no salen beneficiados. Al contrario (...)".
Publicado por Dos Mentes Idea y Media en 5/21/2008 09:35:00 AM
Etiquetas: ateísmo, ciencia, cosmogonías, creyentes, Dios, mitos, religión, supersticiones
Graciela E. Prepelitchi
"Tu mejor maestro es tu último error."
Ralph Nader

Nidia F Morales dijo...

http://www.childdrowningprevention.com/index.html